4. LAS IDEAS

En las actuaciones y primeras publicaciones acerca de las esculturas del Cerro, los resabios diciochescos prevalecen junto a las matrices ideológicas que imprimen las coordenadas del pensamiento en el siglo XIX. A saber:
a) la conciencia patriótica, a veces con apasionado localismo, explicable por razones históricas, con la paradoja de una mezcla ambigua de autoafirmación orgullosa y acomplejada frente a la enconada postura del exterior hacia España, y de exaltación de las propias raíces frente a las tendencias centralizadoras del gobierno.
b) el idealismo que, en términos generales, hace mella en todos los intelectuales, comprometidos en dar una imagen renovada del estudio de las antigüedades .

Lógicamente en una etapa de profundas tensiones políticas, se dejan sentir las ideologías, mediatizadas por la formación y la diferencia generacional de los investigadores. Esta es la clave para entender la interpretación de Amador de los Ríos sobre el Cerro de los Santos. En unos años en que se tambalea el trono isabelino, el escritor monárquico halla un nuevo argumento para ensalzar la legitimidad de la monarquía española enraizada con la realeza visigoda, en línea con escritos anteriores (estudio del tesoro de Guarrazar) y, en última instancia, en comunión con el espíritu de la Corona Gótica de Saavedra Fajardo (s. XVII). En tal sentido el templo no podía ser sino un "martyrium" hispano-bizantino y, lejos de cualquier crítica, Las Etimologías le ayudan a identificar, por la vestimenta y símbolos de las nuevas esculturas, los mártires que cimentan la génesis de España unida al cristianismo .

Sincrónicamente a la controversia de los hallazgos del Cerro de los Santos, Vilanova y Casiano del Prado sembraban en España el germen de la Prehistoria como ciencia pero la estatuaria no se despega de la hipervaloración del arte y de las inscripciones, unida al difusionismo de las grandes civilizaciones orientales cuyas novedades, a decir verdad, tampoco calaban excesivamente. En esta vertiente, el discurso de Rada hace alarde de unos conocimientos heteróclitos, autorizados por sus viajes a Egipto y Oriente . Clasifica de grecoegipcio el templo "in antis" del Cerro y lo explica como observatorio al sol, servido por sacerdotes egipcios practicantes de la magia caldea.

La explicación difusionista es compartida por españoles y extranjeros. Los escritos de Lasalde tienen Egipto como punto focal , otros, se inclinarán más por los fenicios, los cartagineses o los griegos, pero la diferencia de los escritores españoles frente a los autores galos, está en considerar lo ibérico en un sentido cercano al de la aculturación: el protagonismo es de los indígenas e indígenas son los pueblos mencionados por los clásicos. Tomando como norte las estatuas se construirá un proceso anterior al mundo romano en relación con las colonizaciones, a veces con juicios tan premonitorios como los de Sampere, resaltando el peso de lo griego en unos márgenes ceñidos entre los siglos VI y I.

En efecto, en la primera generación, prevalece la llamada por B. Bandinelli arqueología filológica. Las fuentes textuales son el referente para delimitar geográficamente áreas étnicas, discutir sobre la Bastetania o sobre la identificación de Elo, Herna u otras ciudades antiguas.

Obviamente, ante una cultura recién descubierta cuya teoría se cimentaba en autores clásicos o en cuanto se estaba diciendo sobre la moneda, la escritura y pocos restos más, las interpretaciones eran prematuras. De esta precariedad fue consciente Lasalde cuando en 1971 se aproxima al lugar templario, aplicando el orden como método: categorías por recurrencia de elementos complementarios y agrupaciones por caracteres estéticos de evolución lineal, pero sin olvidar la estratigrafía y el resto de los hallazgos, preocupándose por integrar el Cerro en un panorama más amplio, con especial atención a los itinerarios romanos.

Desde el punto de vista iconográfico se rebasa la celtomanía. La vena heliolátrica, fomentada por los fraudes de Amat, engancha a Savirón y obsesionará, bajo distinto ropaje, a Ibarra asimilando el busto de Elche a Apolo y las ruedas a los atributos solares. Pero aislando estos extremos, sacerdotes, sacerdotisas y exvotos son identificaciones acuñadas que han funcionado hasta nuestros días.

Mélida, genuino representante del pensamiento idealista/ krausiano de la Institución Libre de Enseñanza, significa la ruptura, el relevo generacional e intelectual. En la labor del Museo y en su irrupción literaria, la procedencia y el contexto son las claves para abordar la cultura. Prioriza las costumbres y los yacimientos al mero análisis artístico: la crítica y la analogía son parte de un método integrador e histórico en el que tienen tanta relevancia la cerámica como las esculturas de piedra y bronce, formal y estilísticamente emparentadas. La cultura ibérica nace de la conjunción de relaciones entre indígenas y colonizadores y se desarrolla con su propia identidad hasta integrarse en el mundo romano. Los bronces pueden representar divinidades clásicas y orientales (Venus, Minerva, Polux...) pero siempre bajo el prima indígena, escondiendo tal vez a Neto o a Neta su paredra y dando al jinete ibérico unas connotaciones simbólicas plenas de vigencia.

Mélida, ciertamente, asimiló y transcendió la enseñanza de la escuela francesa, fiel al método winckelmanniano en los criterios artísticos y al difusionismo de Oriente. Heuzey, Jullian u otros dentro de sus preocupaciones sobre si la dama de Elche era un busto o una parte de escultura entera, valoraron más el matiz indígena y el influjo fenicio que el propio Paris quien sentía una especial fascinación por la escultura griega. El título de su gran obra (Ensayo de arte y de industria de España primitiva), la estructura del libro y la dedicación compartimentada y desequilibrada de cada uno de los temas, hablan por sí mismo. Su criterio está en el preámbulo: un arqueólogo debe ser erudito y artista.

La declaración de intenciones, en el prólogo, "rehabilitar la civilización ibérica, marginada injustamente en todo los libros de arte, ignorada por todos los arqueólogos extranjeros". El propio autor pretende hacer una síntesis pero es honesto cuando se refiere al Inventario de un Corpus provisional de antigüedades ibéricas, dudando de que se pueda conseguir mucho más careciendo de las fuentes escritas. El desprecio por los bronces, monstruos nacidos del detestable gusto indígena, es evidente, como también lo es el acertado juicio en los paralelos clásicos de las más bellas esculturas humanas y de ciertos ejemplares zoomorfos cuyo interés se corresponde con la menor o mayor analogía con la estatuaria griega (la distancia es equivalente a las diferencias entre el Acheloos griego y la versión indígena de la bicha de Balazote). Lástima que observaciones como la hipótesis funeraria de la cavidad de Elche o datos funcionales como la "esfinge" hallada en La Mata de la Estrella, al Norte de Bonete, encima de una tumba (p. 123), hayan pasado tan de puntillas.

Hay concordancia unánime entre extranjeros y españoles al considerar la estatuaria como auténtico reflejo de la etnia de Murcia. Llamar Carmen a la Dama de Elche (una española que según Reinach podía haber conocido Temístocles) va más allá del tópico. Es hablar de "retratos", de expresiones individualizadas, de población civil en palabras de Paris, de las gentes ibéricas en boca de los españoles, de los paisanos de Yecla en los relatos de Azorin.

Los investigadores franceses aparentan un trato respetuoso y cordial con instituciones y españoles en general, pero en sus escritos públicos o privados (correspondencia a Heuzey) dan rienda suelta a la imagen de una España sumida en la miseria, la desolación y el desorden, enorgullecidos de su prepotencia intelectual y de la estructura de su organización.

A los arqueólogos y aficionados españoles les duele la presencia de los investigadores extranjeros, pero sobre todo les duele España. Sin una recia formación en el mundo clásico, sus anhelos de europeizarse son compatibles con el sentimiento general de la generación del 98, apuestan por una intrahistoria, por conocer a las gentes en la realidad de su vida antes que por la quimérica belleza de las formas artísticas.

Es todo un síntoma: tras la intensa dedicación de Paris, tras tanto escarceo nacional y tanta curiosidad extranjera, la investigación y el interés por la escultura ibérica entran en crisis. La etapa pionera, en cuanto estudio particularizado de la escultura de piedra, se cierra abriendo un profundo hiatus.

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